El Analisis de Alejandro Vidal
Análisis. Un patrimonio intangible
ALEJANDRO VIDAL
La diferencia entre los clubs de fútbol, a partir de su reconversión en sociedades anónimas, estriba en que los cambios de directivos se pagan. De otro modo, antaño alguien gobernaba con el dinero de otros, aunque al final pudiera perder el suyo, y en la actualidad no hay peces sin que uno se moje en mayor o menor medida; mejor dicho, en la que le permite su bolsillo. No es que el cambio haya sido pequeño, pero en el fondo, y salvo por lo que se refiere a la economía de cada cual, las cosas no son tan distintas. Las antiguas directivas se limitaban a gestionar, formalmente hablando, mientras que las actuales ostentan a todos los efectos su condición de propietarios. Dos formas de absolutismo, que suele formar parte de la ambición que, con diferente formato, anida en quienes desembarcaban o aterrizan en un club de fútbol. Poder, publicidad, notoriedad, facilidad para satisfacer una afición oculta y desmesurada. Sólo se trata de buscar personajes y colgar el cartel más apropiado para cada uno de ellos. A lo largo de mi dedicación periodística he conocido a José Fandos, Juan de Vidal, Antonio Seguí, Guillermo Ginard, Miguel Contestí, Pau Llabrés, Miguel Dalmau, Bartolomé Beltrán, Antonio Asensio, Guillermo Reynés, Mateu Alemany y, ahora, Vicente Grande. Unos con más peso específico que otros, algunos de ellos meros personajes decorativos y tres o cuatro con un concepto patriarcal y dominante del mando. ¿Todos iguales?, no. No valoraré aquí y ahora a cada uno de ellos porque la historia ya ha hablado por cualquiera de nosotros y con mucha más autoridad y conocimiento de causa. Me limito a reflejar que las instituciones, los clubs, sobreviven a la personalidad de sus gestores e incluso de sus propietarios. No existe, al menos no es adecuado, el Mallorca de éste o el de más allá, sea quien sea. No creo en modelos preestablecidos, ni el fútbol admite criterios estandarizados. Cada entidad se constituye en un único prototipo que siempre está por encima de la imagen y semejanza de sus presidentes o consejeros. Pueden cambiar los colores, los sistemas contables, la burocracia, los presupuestos, los objetivos o lo que sea, pero lo que permanece inalterable es el alma que, además, es lo único que garantiza su supervivencia. Tal vez porque los clubs no son de nadie, sino sólo de sus seguidores.
ALEJANDRO VIDAL
La diferencia entre los clubs de fútbol, a partir de su reconversión en sociedades anónimas, estriba en que los cambios de directivos se pagan. De otro modo, antaño alguien gobernaba con el dinero de otros, aunque al final pudiera perder el suyo, y en la actualidad no hay peces sin que uno se moje en mayor o menor medida; mejor dicho, en la que le permite su bolsillo. No es que el cambio haya sido pequeño, pero en el fondo, y salvo por lo que se refiere a la economía de cada cual, las cosas no son tan distintas. Las antiguas directivas se limitaban a gestionar, formalmente hablando, mientras que las actuales ostentan a todos los efectos su condición de propietarios. Dos formas de absolutismo, que suele formar parte de la ambición que, con diferente formato, anida en quienes desembarcaban o aterrizan en un club de fútbol. Poder, publicidad, notoriedad, facilidad para satisfacer una afición oculta y desmesurada. Sólo se trata de buscar personajes y colgar el cartel más apropiado para cada uno de ellos. A lo largo de mi dedicación periodística he conocido a José Fandos, Juan de Vidal, Antonio Seguí, Guillermo Ginard, Miguel Contestí, Pau Llabrés, Miguel Dalmau, Bartolomé Beltrán, Antonio Asensio, Guillermo Reynés, Mateu Alemany y, ahora, Vicente Grande. Unos con más peso específico que otros, algunos de ellos meros personajes decorativos y tres o cuatro con un concepto patriarcal y dominante del mando. ¿Todos iguales?, no. No valoraré aquí y ahora a cada uno de ellos porque la historia ya ha hablado por cualquiera de nosotros y con mucha más autoridad y conocimiento de causa. Me limito a reflejar que las instituciones, los clubs, sobreviven a la personalidad de sus gestores e incluso de sus propietarios. No existe, al menos no es adecuado, el Mallorca de éste o el de más allá, sea quien sea. No creo en modelos preestablecidos, ni el fútbol admite criterios estandarizados. Cada entidad se constituye en un único prototipo que siempre está por encima de la imagen y semejanza de sus presidentes o consejeros. Pueden cambiar los colores, los sistemas contables, la burocracia, los presupuestos, los objetivos o lo que sea, pero lo que permanece inalterable es el alma que, además, es lo único que garantiza su supervivencia. Tal vez porque los clubs no son de nadie, sino sólo de sus seguidores.
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