El Analisis de Alejandro Vidal
La libreta. Un equipo y diecinueve comparsas
ALEJANDRO VIDAL
No lo hice como experimento, pero me salió. A las ocho de la tarde del sábado me dispuse a ver el monólogo de fútbol que fabricó el Barcelona frente al Real Madrid, ¿o era el Alavés, el Cádiz o quizás uno de estos equipos finlandeses o de las Islas Feroe que participan en la previa de la Liga de Campeones? Vi a Raúl cuando se lesionó, a un tal Pablo no sé cuantos al que recuerdo dando patadas en algún otro equipo, un delantero centro gordo y cansado, un lateral histérico con nombre francés y un portero, Casillas, hastiado de preguntar por qué le sometían a tanta tortura. Creía estar viendo al mejor equipo del mundo, que aún no sé si lo es, frente a uno de los peores, pero me equivoqué. Un cuarto de hora más tarde me planté, en mala hora, ante el Sevilla-Betis y entendí por qué el Madrid, a pesar de todo, es el segundo, sea a la distancia que sea. Los demás, créanme, aún son peores, así que Luxemburgo todavía puede ponerse ante el espejo y preguntarle si hay algún otro club más bonito que el suyo. En España, sólo uno.
Nada que ver Tampoco con el Espanyol y el Mallorca, pero que conste que el Barça también pega pelotazos para arriba para que los agarre Etoo o Giuly o Messi, que para el caso no es lo mismo pero se le parece. Lo que pasa es que las pedradas pintadas de blaugrana terminan en el pie de quien la espera que, a su vez, se toma una décima de segundo para controlar y seguir, porque lo que tiene que hacer para ello se lo sabe de memoria o lo ha pensado mientras el balón todavía vuela por los aires.
Medio partido en Montjuïc. Y no todo fue culpa de Mejuto que, dada su presunta categoría midió milimétricamente el ingenuo aunque existente penalti cometido por Navarro en su desafortunada reaparición, lo que nos hizo reencontrar al peor Mallorca: romo, sin ideas, nervioso, inoperante y desquiciado al punto de reincidir en las autoexpulsiones que le obligan a terminar con un jugador menos.
Lotina salvó la cabeza aunque, de seguir así, yo no daría un duro por ella. El árbitro asturiano le echó una ayudita lo más disimuladamente posible, pero más se la echó su invitado, que le regaló ese máximo castigo y se apuntó a la derrota honrosa antes que a la búsqueda de la victoria. Salió con mentalidad de empate, nunca jugó para hacerse acreedor a los tres puntos y perdió los papeles el propio técnico ordenando unos cambios que, lejos de procurar una reacción, sólo sirvieron para servir en bandeja el triunfo local y para aclarar que la fortuna siempre va por barrios y también por etapas y ayer ni la hubo, ni la buscaron.
Final lamentable porque desconozco, en el momento de escribir este resumen si el cambio de Iuliano se debió a alguna lesión no detectada, pero antes ya no entendí el regreso de Maciel al banquillo en beneficio de un Navarro que fue más culpable de la debacle que cualquier otro agente interno o externo y tampoco el desajuste posterior a este primer relevo con un absurdo de todas las líneas. Si el Mallorca había llegado al intermedio casi sentenciado, en la continuación todos, técnico y jugadores, se aliaron para apretarse todavía más la cuerda alrededor de su cuello. Demasiado para un solo fin de semana cuyas conclusiones no pueden ser definitivas, pero que empiezan a dibujar una realidad bastante aproximada. Esta liga sólo tiene un equipo, el Barça, y diecinueve de media piel entre los que el Mallorca no es puntero.
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